Jueves Santo de la Cena del Señor

Cena del Señor

HOMILÍA DE Jueves SANTO

–En esta tarde de Jueves Santo, no sólo recordamos lo que ocurrió en el Cenáculo aquella Última Cena de Jesús con sus discípulos, sino que revivimos el ambiente, los sentimientos, los significados, los símbolos que se pusieron encima de la mesa en aquella primera eucaristía.

o   Es el momento de la despedida, de condensar el legado que Jesús quiere dejar a sus discípulos, los que estaban allí y los que estábamos por venir.

–El tiempo apremia, los acontecimientos se precipitan, pero en estos momentos, el tiempo parece detenerse y el Cenáculo es un oasis de paz dentro de la tensión que se palpa en el ambiente.

–Jesús siente la necesidad y la ocasión de despedirse: de sus amigos y discípulos, y de este mundo. Es el momento del volver al Padre, de donde procedía, de volver al lugar que reservará para sus amigos, para todos, que también hemos salido de las manos del Padre y a ellas estamos llamados a volver.

–Jesús que siempre había amado, ahora lo hace hasta el extremo: hasta el final, sin echarse atrás; un amor completo, acabado, colmado.

o   Nosotros somos más tibios: amamos pero nos reservamos, amamos pero con medida, amamos pero hasta cierto punto.

o   Jesús quiere contagiarnos su amor, quiere que comprendamos es la misericordia es lo fundamental de su mensaje.

–A Jesús le preocupa el futuro. Se va, pero quiere permanecer en su Iglesia, en nuestro mundo. Nos deja dos gestos y dos mandatos:

o   El gesto de lavar los pies a sus discípulos, que tiene especial fuerza porque él es el maestro. Es razonable la reacción de Pedro de no dejarse lavárselos, no es lógico. Pero convenía hacerlo así. Porque así, la cadena que inicia Jesús se prolongará entre sus discípulos lavando los pies a los últimos, a los que están por debajo. El amor de Jesús se expresa como servicio. El servicio de Jesús visibiliza su amor. En el lavatorio, es Dios quien se arrodilla ante el hombre.

o   El gesto de su entrega queda recogido en el pan y en el vino de la cena de Pascua. Con ellos anticipa su entrega en la cruz, que a la vez serán el medio como se seguirá haciendo presente, una vez resucitado. Jesús elige lo sencillo, el pan y el vino, para hacerse presente en medio de la comunidad. Su gesto es memorial, es decir, que nos pide que nosotros lo repitamos para poder él hacerse presente entre nosotros. No son sólo recuerdos, el pan y el vino, es presencia actualizadora de su Pascua, de su muerte y resurrección, de un amor que no se agota en los suyos, sino que se hace extensivo a toda persona.

o   El mandato del amor: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Lo que motiva y dejan entrever los gestos que hace en aquella cena, nos lo dice de palabra. El amor que no tiene límite, empieza por los más cercanos, con la pretensión, no de quedarse circunscrito ahí, sino de expandirse como una ola en la superficie de un lago en calma. Un amor verdadero, auténtico, de corazón, comprometido.

o   Unido a éste, el mandato de permanecer en la unidad, que es el fruto necesario del amor y que, a la vez, es reflejo de la unión del Hijo con el Padre. Así como ha elegido lo frágil para hacerse presente (el pan y el vino) elige también lo frágil que son sus discípulos para seguir siendo visible a través del amor que ellos se tengan.

–Pero el Señor, siempre que nos pide o nos manda algo, nos capacita para poder llevarlo a cabo. Por eso nos deja su Espíritu Santo, El “Defensor”, el “Consolador”, para que Él haga posible que un poco de pan y un poco de vino transparenten su presencia, para que la llama del amor no se apague entre ellos y se manifieste en el amor mutuo, en la unidad entre ellos en nombre de Jesús y para que se transforme en servicio humilde.

–Celebrar la eucaristía ha de servir para todo ello, para actualizar la entrega de aquel amor hasta el extremo, que nos invita a nosotros a llevar nuestro amor hasta el extremo. Qas.

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,1-15)Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»
Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.»
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»
Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»
Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»Palabra del Señor

 

 

Esta entrada ha sido publicada en Homilías, Noticias, Semana Santa y etiquetada como , . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.