LUMEN FIDEI (I)
Lumen Fidei (La luz de la fe) fue la primera carta encíclica del Papa Francisco, aunque es notorio que fue escrita “a cuatro manos”, pues Benedicto XVI la tenía ya muy adelantada y dejó en ella su impronta personal. De hecho, esta encíclica dedicada a la fe, completa la serie de encíclicas de Benedicto XVI sobre la esperanza (“Spe salvi”, Salvados en la esperanza) y sobre el amor (“Deus caritas est”, Dios es amor, y “Caritas in veritate”, El amor en la verdad). INTRODUCCIÓN (nn. 1-7) La fe como luz. Hay que recuperar la idea de la fe como luz; así aparece en el evangelio: “Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas” (Jn 12, 46). Cristo es el sol verdadero cuyos rayos dan la vida. Quien cree, ve; así se lo manifiesta Jesús a Marta, que llora la muerte de su amigo Lázaro: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? (Jn 11, 40)”. ¿Una luz ilusoria? Para la mentalidad moderna, parece que creer sea lo contrario de buscar. De ser así, la fe entonces sería un espejismo que impediría a las personas avanzar libres, hasta el punto de que la fe se asocia al oscurantismo. Pero la luz de la razón autónoma no consigue alcanzar respuestas definitivas sobre el ser humano y el mundo. Muchas personas han renunciado a la búsqueda de una luz más grande, la luz de la verdad, y se han conformado con pequeñas luces que iluminan sólo un instante y un rincón, y son incapaces de dar la luz para discernir el bien del mal, de orientar el sentido de su vida. Una luz por descubrir. En cambio, la luz de la fe es capaz de iluminar toda la existencia del hombre, todo el trayecto de su camino. Cap. I (nn. 8-22): “Hemos creído en el amor” (1Jn4-16) Abraham, nuestro padre en la fe. La fe es una escucha de la Palabra de Dios, una llamada a salir del propio yo aislado, para abrirse a una vida nueva, y una promesa del futuro, que permite la continuidad de nuestro camino con esperanza. La fe de Israel. Creer es confiarse al amor misericordioso de Dios, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia, que endereza “los errores de nuestra historia”. La fe es disponibilidad a dejarse transformar por la llamada de Dios, con humildad y coraje, para ver el luminoso camino del encuentro entre Dios y los hombres, la historia de la salvación. La plenitud de la fe cristiana. Jesús revela la plenitud del amor de Dios para con la humanidad, por ello es “testigo de confianza”, “digno de fe” (sólo el amor es digno de fe). Aunque también hay otro aspecto: la fe no mira sólo a Jesús, sino que mira, a la vez, desde su punto de vista, con sus ojos. La salvación mediante la fe. Quien cree, aceptando este don, es transformado en el Amor, se convierte en una nueva criatura, se hace hijo en el Hijo. La forma eclesial de la fe. La fe no es un hecho privado, un concepto individualista, una opinión subjetiva, sino que la existencia del creyente se convierte en eclesial, porque la fe se confiesa en el interior de la Iglesia, como comunión concreta de los creyentes.