EL RETABLO DE BINÉFAR
Iniciamos esta sección de “Nuestro Patrimonio”, dedicándola al Retablo del altar mayor de Binéfar. No nos referimos al retablo actual, obra de los talleres Albareda, terminado en 1955, al cual nos referiremos en otra ocasión. El retablo, por antonomasia, de Binéfar, es el confeccionado por Damián Forment, escultor de origen valenciano, uno de los más importantes del Renacimiento en Aragón. Esta pieza presidió nuestro templo parroquial desde 1525 hasta que fue destruido durante la guerra civil.
Este retablo estaba formado por una calle central y 4 calles laterales. La pedrela, en la parte inferior, estaba formada por seis cuadros que representaban pasajes de la pasión y muerte de Jesús, y en el centro, el sagrario. En la calle central había una imagen de tamaño natural de san Pedro. En el ático de esta misma calle se hallaba una pequeña estatua que representaba a san Quílez Mártir. Cada una de las calles restantes tenían tres cuadros, que representaban el martirio de san Pedro.
Pero lo que más ha dado que hablar han sido las puertas con pinturas con que se cerraba el retablo, durante la semana santa. De la misma manera que, como los más mayores recordaréis, durante la semana santa se cubrían con sábanas las imágenes de los santos, para centrar la atención de los fieles en el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor, por la misma razón se cerraba el retablo con unas puertas durante esos días. Para hacerse a la idea, actualmente se pueden contemplar unas puertas semejantes en la catedral de Roda de Isábena.
Poco sabemos de estas puertas del retablo de Binéfar, salvo que estaban “adornadas con pinturas de clarooscuro”[1] y “que según se desprende del relato histórico de Don Benito Coll Altabás, y del catálogo Monumentos de España, de Ricardo del Arco y Garay, fueron trasladas al Monasterio de san Lorenzo del Escorial, por orden de Felipe II, en el año 1585, durante la celebración de las Cortes”[2]. Éste mandó sufragar otras puertas, de menos valor, que perduraron hasta la desaparición del retablo, que fueron pintadas por Tomás Peliguet, y que representaban escenas de la Resurrección y la Ascensión. Desgraciadamente, “En el Monasterio del Escorial no queda ninguna constancia de ellas”[3].
[1] Adell Castán, José Antonio, Binéfar: tradición y modernidad, Edita Ayuntamiento de Binéfar, Binéfar junio 20002, p. 77.
[2] Salillas Larruy, Mª José et aliae, Inventario Artístico de Binéfar, Trabajo de 1r curso de Geografía e historia (Universidad de Lleida), pp. 55-56.
A1) – Pesca milagrosa D1) – Entrega de llaves
B1) – Hundimiento de Pedro E1) – La transfiguración del Señor
A2) – Lavatorio de los pies D2) – Negación de Pedro
B2) – Prendimiento de Jesús E2) – Curación del paralítico
A3) – La reviviscencia de Tabita D3) – Quo vadis Domine?
B3) – Pedro sale de la cárcel E3) – Crucifixión de Pedro
En esta sección de Nuestro Patrimonio, comenzamos la serie dedicada al actual retablo de nuestro templo parroquial, que muestra diversas escenas de la vida de san Pedro (Simón, antes de la resurrección). Fue obra del Taller de los hermanos Alvareda (1955). El conjunto contiene, además de la escultura central del titular, 12 tablas de pintura, distribuidas en tres filas (horizontales: A, B, C) y cuatro columnas o calles (verticales: 1, 2, 3, 4). El orden de lectura de las casillas de un retablo es como el de un texto escrito: de arriba-abajo y de izquierda a derecha.
TABLA A-1. La pesca milagrosa.
Lc 5, 1-11:
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando Él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
—«Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
Simón contestó:
—«Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.»
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo:
—«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con el, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón:
—«No temas; desde ahora serás pescador de hombres.»
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
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En la escena aparecen dos barcas, la de Simón, en la que está con su hermano Andrés y con Jesús, y la otra, de sus socios los Zebedeos: Santiago (en pie) y Juan (imberbe). Todo el pasaje es un relato de vocación de los primeros discípulos, concentrado en la persona de Simón (Pedro), leído, como todo el evangelio, a la luz de la resurrección. La barca representa a la Iglesia, que navega sobre las aguas del mundo. El nuevo oficio de Pedro, pescador de hombres, alude a su nueva misión. Para asumirla, Pedro tiene que pasar por el doble trago de asumir su fracaso humano (“Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada”), que se abre a la confianza en Jesús “…pero, por tu palabra, echaré las redes”), y en segundo lugar, de reconocer su indignidad (“Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”), -vide Is 6, 5- que es el momento retratado en esta primera tabla. La sobreabundancia de peces apunta a la expansión a que está llamada la Iglesia.
Tabla B-1. El hundimiento de (la fe de) Pedro.
Mt 14, 22‑33:
Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma.
Jesús les dijo en seguida
— ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo!
Pedro le contestó:
—Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. El le dijo:
—Ven.
Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó:
—Señor, sálvame.
En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
— ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
—Realmente eres Hijo de Dios.
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En este episodio, en continuidad con el anterior de la pesca milagrosa, Jesús continúa afianzando la fe de Pedro. No le falla la fe porque se hunda, sino que se hunde porque le falla la fe. Se hunde Pedro porque se hunde su fe. La confianza en sí mismo le lleva al arrogante Pedro al hundimiento, como una estación necesaria. Desde el peldaño inferior de la humildad, desde ahí sí, es posible alcanzar la cumbre excelsa de la fe. Sólo desde el reconocimiento de la propia debilidad experimentamos la fortaleza que viene de lo alto: “porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor, 12, 10).
Mt 16, 13-19:
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
-«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
-«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
El les preguntó:
-«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
-«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió:
-«¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.»
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La escena representada en esta tabla es narrada exclusivamente por san Mateo (16, 19). Notemos, de entrada, que Jesús en el evangelio dice una promesa simbólica (“Te daré las llaves”), mientras que lo que representa nuestro artista es la acción material correspondiente a dicha promesa. En el cuadro, el paisaje idílico de Cesarea de Filipo es sustituido por un fondo neutro de filigrana que hace que la atención se centre sobre las figuras humanas. El centro de la composición se sitúa en la cabeza de Jesús, donde confluyen, por un lado, la línea horizontal que forman las cabezas de cuatro discípulos (dos a cada lado) que contemplan el hecho y, por otro, la diagonal que forman Jesús y Pedro, en un primer plano. La acción de la entrega de las llaves atrae la mirada de tres de los discípulos (dos de ellos sobre el rostro de Jesús, y el tercero, sobre Pedro), sin identificar; uno de ellos podemos suponer que es el propio Mateo. El cuarto espectador, el imberbe san Juan, pierde su mirada mística en el horizonte. La mirada de Jesús nos remite al rostro de Pedro que, a su vez rebota nuestra atención a las llaves que recibe del Maestro. La solemnidad del acto se condensa en la mirada intensa de Pedro, y la unción de éste, en el gesto de sus manos, que parecen estar sosteniendo la Hostia santa.
Como consecuencia del rechazo del pueblo, Jesús quiere fundar una nueva comunidad en torno a los discípulos. Pedro, en nombre de éstos, respondiendo a Jesús, le confiesa como Mesías e Hijo de Dios. Jesús le responde confiándole la misión de ser la roca (Pedro-piedra) sobre la que asentará su Iglesia. Para ello le confiere el poder de atar y desatar, que designa la potestad, dentro de esta nueva comunidad, de interpretar y aplicar las palabras de Jesús, y le entrega las llaves, como nombrándolo mayordomo supremo de la casa (de la Iglesia), aludiendo probablemente a Is 22, 22: “Pongo sobre tus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá” (Cfr. Ap 3, 7). Las palabras de Jesús “Te daré las llaves del reino de los cielos”, por tanto, se han de interpretar como referidas directamente a la (casa de la) Iglesia, que está instituyendo Jesús, y no tanto, como ha desarrollado la tradición popular, como las llaves para abrir(nos) las puertas del Cielo. La tradición católica, por su parte, ha visto aquí, desde muy temprano, la fundamentación del primado del Papa.
Tabla E-1. La Transfiguración del Señor.
Mt 17, 1-9 (|| Mc 9, 2-8; Lc 9, 28-36; cfr. 1 Pe 1, 16-18):
Seis días más tarde, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo”.
Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos les dijo: “Levantaos, no temáis”. Al alzar los ojos, no vieron más que a Jesús, solo.
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La escena que representa esta tabla es la Transfiguración del Señor. La componen seis personajes, dispuestos en tres niveles: en el inferior, los apóstoles Pedro (con las llaves), Santiago y Juan (imberbe), según nos narran los tres evangelios sinópticos (cfr. Mt 17, 1-9, Mc 9, 2-8 y Lc 9, 28-36), todos ellos arrodillados, que serán los mismos que le acompañen en Getsemaní (cfr. Mt 26, 37 y Mc 14, 33); en el nivel medio, en pie, están Moisés (con las tablas de la Ley) y Elías, que juntos recapitulan el Antiguo Testamento (la Alianza y los Profetas, respectivamente); y sobre ellos, Jesús, sobre una nube (cosa que no aparece en el texto), que atrae la mirada de los otros.
El relato pertenece al género llamado “Teofanía”, es decir, manifestación de la Gloria divina. Los elementos que aparecen en la escena parecen tomados de Ex 24, 9-18: el monte, los seis días, los tres acompañantes, el esplendor, la visión, la nube. Las palabras del Padre coinciden con las del bautismo de Jesús (cfr. Mt 3, 17; Mc 1, 11 y Lc 3, 22). Es un punto culminante de la vida de Jesús, que es presentado como verdadero Mesías e Hijo de Dios, que les ayuda a pasar el trance de su pasión y muerte, y les anticipa fugazmente la resurrección; los apóstoles serán testigos de ésta; mientras tanto, Jesús les impone silencio.
Tabla A-2. El Lavatorio de los pies.
Jn 13, 1-15:
Antes de la Fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego, echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro y este le dijo:
—Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le replico:
—Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
Pedro le dijo:
—No me lavarás los pies jamás.
Jesús le contestó:
—Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo:
—Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza. Jesús le dijo:
—Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.»)
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
—¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «El Maestro» y «El Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
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En esta tabla se pueden distinguir tres planos sucesivos: el primero, con Jesús, lavando los pies a Pedro; el segundo, con los otros discípulos que contemplan la escena, y el tercero, con Judas saliendo. A Judas se le identifica por su movimiento de huida del grupo, por su rostro ceñudo y malcarado, por su cabello pelirrojo despeinado, por la ausencia de aureola sobre su cabeza y por la bolsa –era el tesorero- que ase firmemente con la zurda. El plano central lo forman un conjunto de seis apóstoles: san Juan, imberbe, de pie, con mirada contemplativa, y el resto de los cinco, sin identificar, dos de ellos en conversación, todos observando atentamente tras la mesa. El plano principal está compuesto por Jesús, ceñido y arrodillado, lavando los pies a Pedro, sobre una jofaina. La inclinación de Jesús acentúa la humildad de Jesús, unida a la dulzura de su rostro y a la delicadeza del gesto de sus manos.
El momento recogido en el cuadro parece el final del diálogo entre Jesús y Pedro, en que éste se conforma a que el maestro le lave los pies, tarea reservada a los esclavos. El gesto tiene un doble simbolismo. Por una parte, la humillación presente de Jesús apunta a la muerte redentora que Él va a sufrir por nosotros; salvación que se ofrece al que es lavado con el agua bautismal. En segundo lugar, el valor ejemplar del gesto de servicio humilde de Jesús que ha de animar la vida del cristiano. Dos significados que convergen en el punto de dar la vida por los demás, por el que el cristiano se configura con Cristo.
Tabla B-2. El Prendimiento de Jesús.
Mt 26, 47-54:
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. Al que yo bese, ése es: detenedlo.
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. ¡Salve, Maestro!
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
U — Amigo, ¿a qué vienes?
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
U — Envaina la espada: quien usa espada, a espada morirá. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre?… Pero entonces no se cumpliría la Escritura que dice que esto tiene que pasar.
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Este cuadro plasma el momento en que Jesús es prendido en el huerto de Getsemaní. Jesús aparece en el centro; flanqueándolo, a su izquierda, dos soldados romanos con sendas lanzas; uno de ellos, de mayor graduación -por el distintivo de su casco-, que mantiene la mirada elevada y perdida en el infinito, parece ajeno a la acción… ¿será “El centurión romano que estaba enfrente [de la cruz], [que] al ver como expiró [Jesús], dijo: Realmente este hombre era hijo de Dios” (Mc 15, 39b)? En todo caso, este dato no está fundamentado en los evangelios, es una conjetura del artista. Abordándole desde atrás, Judas besa a Jesús, se diría que hasta con ternura, como si le susurrara algo al oído. La alineación de sus ojos –de Jesús y de Judas– reafirma la proximidad de ambos en ese momento. Jesús le corresponde con una leve inclinación de cabeza. La figura erguida de Jesús domina la escena sin que se pueda apreciar en Él el mínimo asomo de violencia, siquiera defensiva. Por detrás, uno, que podría ser criado del sumo sacerdote, ilumina con una tea que queda justo sobre la cabeza de Jesús: ¿estará apuntando que Jesús es la Luz del mundo (cfr. Jn 8, 12)? A la derecha de Jesús, Pedro está a punto de asestar con su espada un tajo al siervo –Malco– del sumo sacerdote y cortarle la oreja derecha (cfr. Jn 18, 10). Jesús, el Príncipe de la Paz, le reprende una vez más a Pedro, por su arrebato. El criado, al que Pedro sujeta por la cabeza, se encuentra arrodillado ante Jesús: ¿es ironía del artista este gesto forzado de piedad hacia el Maestro? El mismo criado y un soldado romano sujetan por las manos a Jesús – “Los otros le echaron mano” (Mc 14, 46) –, que no ofrece resistencia alguna, cerrando la escena.
Esta pintura recoge elementos exclusivos del evangelio de san Juan: la presencia de soldados del destacamento romano (cfr. Jn 18, 3a), con lo que equilibra la responsabilidad por la muerte de Jesús entre la autoridad romana y las autoridades judías, y la mención de antorchas y linternas (cfr. Jn 18, 3b); el beso de Judas, en cambio, aparece sólo en los otros tres evangelios. Reúne también, simultáneamente, momentos que son sucesivos: el beso de Judas, el momento en que prenden a Jesús y la reacción de Pedro, espada en mano.
“Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?” (Is 53, 8a).
Tabla D-2. Las negaciones de Pedro.
Lc 22, 54-62:
C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos.
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:
S. —«También éste estaba con él.»
C. Pero él lo negó, diciendo:
S. —«No lo conozco, mujer.»
C. Poco después lo vio otro y le dijo:
S. —«Tú también eres uno de ellos.»
C. Pedro replicó:
S. —«Hombre, no lo soy.»
C. Pasada cosa de una hora, otro insistía:
S. —«Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo.»
C. Pedro contestó:
S. —«Hombre, no sé de qué me hablas.»
C. Y, estaba todavía hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
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La presencia del gallo que preside el conjunto, identifica fácilmente la escena como “Las negaciones de Pedro”. Todos los personajes que aparecen –salvo un muchacho de espaldas al espectador y, en apariencia, ajeno a la acción, como contrapunto del resto- apuntan a Pedro, que adopta una postura expresivamente defensiva, ante el gesto acusador de la criada, la actitud interrogativa del soldado romano (que es un anacronismo, pues todavía están en casa del Sumo Sacerdote) y el rostro impertérrito de un judío -¿el Sumo Sacerdote?- que contempla impasible la escena. Si interpretamos que el gallo está cantando, como parece, es otro anacronismo, pues ninguno de los cuatro relatos evangélicos nos dice que cantara cuando la criada le preguntaba, estando calentándose junto al brasero.
La escena hay que ponerla en continuidad y en contraste con otra anterior (cfr. Lc 22, 31-34) en la que Jesús, en la Última Cena, vaticina las negaciones de Pedro, en respuesta a las altisonantes palabras de éste: «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte.» (Lc 22, 33). El arrogante Simón, constituido en Piedra-Pedro por Jesús, que ha sido capaz de seguir a Jesús hasta ahora, y que se atreve incluso a entrar en el patio interior del palacio del sumo sacerdote, ante la pregunta de una criada, niega toda relación con Jesús. Todos los evangelistas recogen, sin disimulo alguno, este hecho que protagoniza el que había sido constituido por Jesús para confirmar la fe de sus hermanos. La cobardía de Pedro contrasta con el señorío de Jesús. Pero la mirada de éste y el canto del gallo despiertan la conciencia de Pedro. El reconocimiento humilde de la propia debilidad, contrasta con la desesperación de Judas. Ahora, desde la conciencia de la propia fragilidad y sostenido por la mirada de perdón de Jesús, ya puede ser la Piedra que sustente la fe de sus hermanos.
Tabla E-2. La Curación del Lisiado en la Puerta Hermosa.
Hch 3, 1-10:
En aquellos días, subían al templo Pedro y Juan, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la puerta del templo llamada «Hermosa», para que pidiera limosna a los que entraban. Al ver entrar en el templo a Pedro y a Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo:
-«Míranos.»
Clavó los ojos en ellos, esperando que le darían algo. Pedro le dijo:
-«No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.»
Agarrándolo de la mano derecha lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.
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Esta escena nos lleva a la etapa de los Hechos de los Apóstoles; es decir, después de la muerte y resurrección de Jesús. El marco es el Templo de Jerusalén, en la puerta Hermosa. En la tabla reconocemos a Juan (imberbe), que acompaña a Pedro, en el momento en que agarra al lisiado de la mano derecha, para levantarlo (cf. Hch 3, 7). La muleta y los pies retorcidos delatan la condición de lisiado, y su escudilla, la de limosnero. El momento concreto es cuando “Pedro… lo miró fijamente y le dijo: Míranos. Él los observaba contando recibir algo de ellos” (Hch 3, 4-5a). Y Pedro, que se reconoce pobre, invoca su curación, no en nombre propio, sino en virtud de la fuerza del nombre de Jesucristo el Nazareno. Es una salvación que sobrepasa las expectativas del que pedía. El Evangelio que traen estos dos apóstoles, que partieron corriendo la mañana de Pascua para ver el sepulcro vacío, es una fuerza nueva que cambia no sólo las mentes y el corazón de las personas, sino hasta la realidad física que oprime al hombre. Y lo hace en el Templo, centro de la vida religiosa de Israel. Y allí, el que ha sido curado, el que estaba sentado en la puerta del Templo, entró en él para alabar a Dios, reintegrándose así en la Casa de Israel y descubriendo el verdadero sentido de la Casa de Dios.Tabla A-3. La reviviscencia de Tabita.
Hch 9, 36-42:
Había en Jafa una discípula llamada Tabita, que significa Gacela. Tabita hacía infinidad de obras buenas y de limosnas. Por entonces cayó enferma y murió. La lavaron y la pusieron en la sala de arriba
Lida está cerca de Jafa. Al enterarse los discípulos de que Pedro estaba allí, enviaron dos hombres a rogarle que fuera a Jafa sin tardar. Pedro se fue con ellos. Al llegar a Jafa, lo llevaron a la sala de arriba, y se le presentaron las viudas, mostrándole con lágrimas los vestidos y mantos que hacía Gacela cuando vivía. Pedro mandó salir fuera a todos. Se arrodilló, se puso a rezar y, dirigiéndose a la muerta, dijo:
—«Tabita, levántate.»
Ella abrió los ojos y, al ver a Pedro, se incorporó. Él la cogió de la mano, la levantó y, llamando a los santos y a las viudas, se la presentó viva.
Esto se supo por todo Jafa, y muchos creyeron en el Señor.
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La presente escena de curación podría parecer a primera vista que se tratara de la curación de la suegra de Pedro, pero lo descartamos por dos razones fundamentalmente: la situación de la tabla en el retablo (que se lee de izquierda a derecha, y de arriba abajo), que corresponde al periodo posterior a la muerte y resurrección de Jesús; y porque, de ser la suegra de Pedro, los acompañantes (que serían éste y Andrés) portarían la aureola que los identificase como santos. Además, la fisonomía del rostro sí que corresponde a la de Pedro, de acuerdo al resto de escenas del retablo. En cambio sí que encaja esta pintura con los detalles con que se nos describe la reviviscencia de Tabita: la especie de mortaja con que está revestida, el gesto de Pedro, que concuerda con las palabras del relato: «Tabita, levántate.», la mirada inexpresiva en los ojos de la que ha vuelto a la vida, y su postura: “se incorporó”. No concuerda, sinembargo, el detalle de que “Pedro mandó salir fuera a todos”, que el artista ha podido pasar por alto para dar más relleno a la composición escénica. Este milagro obrado por Pedro sigue de cerca el protagonizado por Jesús al revivir a la hija de Jairo (Mc 5, 36-43) con la orden “Talita qum” (“Chiquilla, levántate”) A través de éste y otros hechos maravillosos, Pedro, como hacía también Jesús, hace sensible la salvación que llega a un lugar. Es la expresión de que Dios está a su favor y símbolo de una liberación que va más allá de los beneficios materiales. Más que otra cosa, los signos preparan el encuentro con el mensaje del Evangelio. Los hechos preceden y preparan para la Palabra.
Tabla B-3. La liberación de Pedro de la cárcel
Hch 12, 1-11:
Por aquel tiempo, el rey Herodes emprendió una persecución contra algunos miembros de la Iglesia… procedió a arrestar a Pedro, durante la fiesta de los Ázimos. Lo detuvo y lo metió en la cárcel, encomendando su custodia a cuatro piquetes de a cuatro. Su intención era exponerlo al pueblo pasada la Pascua. Mientras Pedro estaba custodiado en la cárcel, la iglesia rezaba fervientemente a Dios por él.
Llegaba el momento en que Herodes lo iba a exponer, y la noche precedente Pedro dormía entre dos soldados, sujeto con dos cadenas, mientas los centinelas hacían guardia a la puerta. De repente, se presentó un ángel del Señor y una luz resplandeció en el recinto. Golpeando a Pedro en el costado lo despertó y le dijo:
—«Levántate aprisa».
Se le cayeron las cadenas de las manos y el ángel le dijo:
—«Cíñete y cálzate las sandalias».
Así lo hizo. Añadió:
—«Échate el manto y sígueme».
Salió detrás de él, sin saber si lo del ángel era real, pues se le antojaba una visión. Pasaron la primera guardia y la segunda, llegaron a la puerta de hierro que daba a la calle, la cual se abrió por sí sola. Salieron y, cuando habían andado una calle, el ángel se alejó de él. Entonces Pedro, volviendo en sí, comentó:
—«Ahora entiendo de veras que el Señor envió a su ángel para librarme del poder de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío».
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El tono general de la narración oscila entre el realismo que aportan los detalles concretos que se mencionan y el halo maravilloso de las apariciones y prodigios que se describen. Este episodio debe tener como base histórica una prisión y posterior liberación del Jefe de los Doce (Pedro).
La tabla de pintura de nuestro retablo es una representación sencilla de la escena: El ángel lleva de la mano a Pedro, que tiene una mirada como de sonámbulo y que con la otra mano sujeta las llaves que lo identifican. A sus pies hay un soldado romano que sigue durmiendo.
Los detalles, portentosos por sí mismos, que contrastan con las férreas medidas de seguridad, dejan muchos interrogantes abiertos: el halo de luz, ¿no despierta al carcelero?, ¿cómo se abren las puertas de la prisión, y sin hacer ruido? Estas constataciones apuntan a un significado que trasciende el sentido literal de los hechos. El relato pretende subrayar la acción salvadora de Dios sobre la persona de Pedro e, indirectamente, sobre la expansión del Evangelio, que se presenta como imparable, a pesar de la persecución.
Un hálito de confianza traspasa todo el relato. Es significativo el texto en este sentido cuando dice que mientras tanto, la Iglesia rezaba por Pedro, y subraya que, aun cuando la ejecución está prevista para el día siguiente, Pedro duerme (cfr. Hch 12, 6).
La datación “fiesta de los Ázimos-Pascua” sugiere un paralelismo con la Pasión del Señor, al cual atribuye su liberación (cfr. Hch 12, 17).
Tabla D-3. Quo Vadis, Domine?
La tabla que nos ocupa en esta ocasión ilustra la escena clásica conocida como “Quo vadis”. La frase completa sería «Quo vadis, Domine?» que significa: “¿A dónde vas, Señor?
Este relato no se encuentra en el Nuevo Testamento, sino que es una tradición piadosa, que es recogida por escrito, en el siglo XIII, por el monje dominico y arzobispo de Génova Santiago de Vorágine en el manuscrito llamado La leyenda aurea o La leyenda dorada.
En el manuscrito se narra este episodio que sucede cuando el emperador romano Nerón, en el año 64, comenzó una terrible persecución contra los cristianos. San Pedro, temeroso de lo que pudiera sucederle, huía de Roma por la Via Apia, cuando en el trayecto se encontró con Jesucristo que cargaba con una cruz. Entonces le preguntó San Pedro: «Quo vadis, Domine?» a lo que Cristo le contestó: “Mi pueblo en Roma te necesita, si abandonas a mis ovejas yo iré a Roma para ser crucificado de nuevo”. San Pedro, avergonzado de su actitud, volvió a Roma y de inmediato fue detenido por Nerón.
Este episodio ilustra la figura del Buen Pastor que es Jesús y que recuerda a aquellos que, como Pedro, le secundan en esta función: “Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas… yo doy mi vida por las ovejas… Por eso me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla” (Jn 10, 11-13. 15b. 17-18b). En general, es una llamada de atención para no hacer dejación de nuestras responsabilidades, pues, si es así, otros tendrán que cargar con ellas.
En la pintura de nuestro retablo encontramos a Jesús, descalzo y coronado de espinas, cargado con una gran cruz, que, más que hablar, mira de cara a Pedro, cuyo rostro vemos de perfil, el cual se encuentra arrodillado, frente a Jesús, en actitud suplicante. El fondo de la escena lo componen una casita y el campo, que representan las afueras de la ciudad, un templo romano en la lejanía y un cielo de filigrana.
Tabla E-3. LA crucifixión de San Pedro
Según la tradición católica, San Pedro viajó a Roma, donde presidió la comunidad cristiana de aquella ciudad, como lo que hoy llamaríamos “obispo”, y fue martirizado bajo el mandato de Nerón, en el Circo de la colina Vaticana, en torno al año 67. Sus restos fueron sepultados cerca del lugar de su martirio, sobre los cuales fue erigida la primitiva basílica por el emperador Constantino. Su martirio en Roma lo atestigua Clemente Romano (4º obispo de Roma; U 97) y el obispo Pedro de Alejandría (U ca. 311).
En el siguiente pasaje encontramos una profecía de Jesús referida a Pedro: “si de joven tú mismo te ponías el cinturón para ir adonde querías, cuando seas viejo extenderás los brazos y será otro el que te ponga un cinturón para llevarte a donde no quieres. Dijo esto aludiendo a la muerte con que iba a glorificar a Dios. ” (Jn 21, 18-19). Las palabras de Jesús, que pueden hacer alusión figurada a otros aspectos (“cuando seas viejo” = presbítero, dirigente de la comunidad), son interpretadas por el evangelista como referidas a la muerte con que había de morir (en la cruz, a donde no quieres ir, sobre la cual extenderás los brazos y a la que otro te ceñirá), aunque no expresamente al detalle de ser crucificado cabeza abajo.
El hecho de ser crucificado cabeza abajo, a petición del mismo Pedro, por no considerarse digno de morir como su Señor, se encuentra recogido en autores posteriores como Orígenes (U 254), Eusebio de Cesarea (U ca. 339) y Jerónimo de Estridón (U 420).
La presente tabla recoge el momento en que tres varones sin uniformar están hincando la cruz en tierra; éstos, junto con Pedro en la cruz, forman un plano intermedio de figuras haciendo esfuerzos; en el plano primero resalta la figura de Pedro, en un color más pálido, que transmite serenidad; en el plano del fondo se encuentra la figura estática de un soldado romano uniformado que, con la mirada vigilante, domina la escena, que se dibuja sobre un fondo de celosía.