PINTURAS DEL TEMPLO PARROQUIAL
LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Dos pinturas murales ornamentan las paredes laterales de la actual capilla en que se sitúa el sagrario de nuestra iglesia parroquial. Se trata de dos óleos pintados directamente al fresco seco en la pared encalada y sobre una base de imprimación rojiza. Ambos poseen un marco posterior hecho en madera.
El que se muestra a la izquierda representa el pasaje de “La coronación de espinas”. Una obra de factura sencilla; inspirada, sin duda, en el excelente cuadro de ese título, realizado por A. Van Dyck entre 1618 y 1620, que Felipe II deseó para el Monasterio de El Escorial y que se halla actualmente en el Museo del Prado
La escena recoge el momento siguiente a cuando Pilato, tras haber mandado azotar a Jesús y haberse lavado las manos en el proceso, cede al manipulado griterío de la chusma y lo entrega a sus soldados para que lo crucifiquen. Mateo(27,27), Marcos (15,16-20)y Juan (19, 2-3)describen la burla cuartelera y zafia ocurrida en el pretorio antes de cargarle con la cruz, y el autor original de la imagen, con extrema delicadeza, se ocupa de reunir en admirable composición circular todos los detalles descritos, situando en el centro la soberbia y anchurosa figura de Cristo escarnecido.
En nuestro mural, signado en 1844 por Pedro Martínez, la concepción es más didáctica y ornamental que artística. Deturpada la expresión de los personajes, la resolución de las luces y de las telas, y aún la estructura, que ahora se ofrece más triangular, la representación se torna bulliciosa caricatura, como más propia de la soldadesca insensible que hiere por diversión y gratuita bufonada. Seis personajes, dispuestos alrededor de Jesús, representan a la cohorte que ejecuta la grotesca burla. De derecha a izquierda: el que se arrodilla para ofrecerle a su mano derecha una caña como cetro real tras golpearle con ella la cabeza; el que le saca la lengua babeando insultos y salivazos; el que, con anacrónica armadura, le pone sobre las sienes la corona trenzada de espinas; el que, por ser verdugo de alabarda (aquí representado con una pica –tal vez, Longinos–), queda en segundo plano aguardando su turno de trabajo; el que hace reverencia y saluda: “Salve, rey de los judíos”, al tiempo que le da una bofetada. El que observa la escena (este soldado no aparece en la obra de Van Dyck) añadiendo la violencia de su actitud desafiante y la tensión de sus desmedidos músculos. Jesús, sedente en medio de ellos, desnudo del torso y con las manos atadas sobre la túnica púrpura que acaban de vestirle, entorna la cabeza y cierra los ojos y la boca “como cordero llevado al matadero/ como ante sus esquiladores una oveja muda” (Isaías 53, 7).
EL DESCENDIMIENTO
La pintura mural de “El descendimiento”, que acompaña a “La coronación de espinas” en la capilla del Santísimo es, pese a lo umbrío de sus colores, una lección de piedad y luz evangélicas para quien la observa exento de crítica pictórica. Pedro Martínez, el autor, sigue el gusto decimonónico de la acumulación de figuras en un entorno ambiguo, idealizado y simple en beneficio de una explicación histórica, cargada de dramatismo y simbología, que intenta trascender la sensibilidad del observador.
El cuadro representa a Jesús muerto en el momento en que, desclavado de la cruz, es entregado a su Madre. Seis figuras componen la escena: En el centro y delante, Jesús con los brazos todavía en cruz como perpetuando su martirio, con la cabeza vencida hacia atrás en escorzo y mostrando su desnudez varonil y lacerada, apenas disimulada entre paños blancos con profusión de pliegues de reminiscencia barroca. La Virgen María une su mano a la de Jesús y se abraza inclinada a Él en un último beso. La túnica roja de María, símbolo de su naturaleza humana, y la capa azul, símbolo de divinidad, contribuyen a explicar el dolor que como madre siente y la fortaleza de espíritu para superarlo que le llega de una nube con silueta de paloma, en forma de rayos de luz alineados con madre e hijo. La originalidad del tema radica en lo desacostumbrado de sus posiciones: sentado Jesús y de pie María.
El escaso dinamismo de la composición viene dado por la diagonal que forman las tres mujeres que, desde un segundo término en el lado derecho, acompañan a María. No aparecen los varones que ayudaron al descendimiento, sólo se nos muestra en un tercer plano a S. Juan, orante, vestido de rojo y verde, como testigo directo del suceso. Un pequeño ángel gris asoma lloroso por la izquierda, tras el lienzo, completando la espiritualidad del cuadro.
En la parte delantera, abajo, se encuentran la corona de espinas, tres clavos y a modo de título, el letrero de INRI. La meticulosidad en este primer término obliga a la mirada y conduce a la meditación de los hechos que representan: el doloroso insulto de la hiriente corona real, el título de rey tirado en el suelo y unos clavos largos y ahora retorcidos que hacen pensar en la inmensa piedad que tuvo que tener quien, intentando no desgarrar la carne, puso su fuerza y su amor para desclavar a Cristo. Unos clavos que evocan las palabras proféticas del salmista: “Han taladrado mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos” (Salmo 21).