Lumen Gentium (LG)

Iglesia, pueblo de Dios

1.- Lumen Gentium, Constitución dogmática sobre la Iglesia

            En la elaboración del esquema de este documento, se introdujo un cambio que, a la postre, resultaría revolucionario. El capítulo II de esta constitución presenta a la Iglesia como Pueblo de Dios, en el que todos los bautizados tienen una misma dignidad, por su participación en el sacerdocio común de los fieles, y están llamados a su propia santificación (capítulo V: Universal vocación a la santidad en la Iglesia) y a la realización de la misión de la Iglesia.

            A partir de esta igualdad fundamental, se presentan los diversos estados de la vida cristiana, que conforman el único Pueblo de Dios: Constitución jerárquica de la Iglesia y particularmente el episcopado (capítulo III), los laicos (capítulo IV) y los religiosos (capítulo VI). Lo principal, pues, es la condición cristiana que emana del bautismo, y las determinaciones posteriores (obispos, presbíteros o diáconos, laicos y religiosos) no hacen sino especificar la vocación fundamental a la vida cristiana. La Iglesia, pues, ya no se entiende a partir de la jerarquía, sino que ésta se presenta en el interior y al servicio de toda la Iglesia.

            Particular importancia se da a los laicos; a ellos “pertenece por propia vocación buscar el Reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales”; ello porque “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos” (LG 31b).

            Aparece con fuerza en el capítulo III la idea de la colegialidad episcopal. El conjunto de los obispos forma un colegio o cuerpo unitario que, presidido por el obispo de Roma (el Papa) tiene la responsabilidad de la predicación de la Palabra de Dios, de la santificación por los sacramentos y del gobierno de todo el Pueblo de Dios. A su vez, cada obispo cuenta en su diócesis con un presbiterio formado por el conjunto de presbíteros o curas que, como próvidos colaboradores, sirven a dicha porción del Pueblo de Dios a él encomendada. Paralelamente, se establecen los Consejos pastorales para articular la participación de los laicos y religiosos en la acción pastoral en la diócesis y en las parroquias.

Toda la Iglesia es presentada como Misterio (capítulo I) o Sacramento, es decir, no como una entidad autosuficiente, sino toda ella dependiente del Dios Trinitario y toda ella consagrada al servicio de los hombres: “La Iglesia es, en Cristo, como un sacramento, o sea, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Como sacramento de salvación que es, la Iglesia es siempre peregrina hacia ese Reino que nunca transparenta ni realiza completamente (Capítulo VII: Índole ecatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial).

María, figura y madre de la Iglesia

Finalmente, la figura de María es integrada como el capítulo final de este documento dedicado a la Iglesia (capítulo VIII: La Bienaventurada Virgen María, madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia). María no es una pieza aparte, sino que se concibe como madre y figura de la Iglesia.

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